Un día escuché la historia de un joven que sufrió abusos sexuales por parte de su profesor de música. Otro día el de una adolescente que llevaba varios años soportando las perversiones de su abuelo. Me las contaron amigos terapeutas que atienden a personas que han sufrido –o sufren– este tipo de abusos. Y quise saber más. Así empezó esta historia.
Contacté con varias víctimas y hablé con ellas. Quedé consternado al escuchar sus relatos, al conocer las secuelas que les había producido tan irracional agresión. Y, sobre todo, sentí una profunda admiración al comprobar el valor y el coraje con que se enfrentaban diariamente a la necesidad de rehacer sus vidas.
Durante más de un año conviví con su dolor y sus ilusiones, hablé con los profesionales que les atendían, e intenté alejarme de los tópicos que rodean el tema para analizar sin prejuicios la complejidad de algunos comportamientos humanos. Y así fui descubriendo la gran riqueza dramática y personal que había tras las vivencias que escuchaba: historias de silencios, de culpabilidades, de manipulaciones y dependencias. Pero también de supervivencia, de lucha contra la adversidad, contra la humillación, contra el sometimiento.
Y de todo este material surgió NO TENGAS MIEDO. Una película sobre la determinación de enfrentarse a un traumático destino; sobre la voluntad de construir un futuro propio; sobre la necesidad de reflejar en la pantalla una oscura realidad que nuestra sociedad se empeña en ignorar.
Montxo Armendariz
Cuando alguien vive una situación extraña o de agresión en la calle, lo primero que hace por puro instinto, es mirar a los costados buscando ojos ajenos que puedan certificar lo ocurrido. Otras miradas que acompañen. Con el dolor a veces pasa lo mismo: nos hacen falta testigos. El ser vistos u oídos mientras atravesamos algún conflicto nos reconfirma que eso que nos sucede es real. No estamos locos. No mentimos. Si alguien ve, da entidad: entonces eso existe. Por eso tener un testigo de la propia llaga es un alivio.
Cuando alguien viola un cuerpo, viola más que un cuerpo. Manosea muchas otras partes, incluso aquellas que no pueden tocarse. Las personas abusadas se separan de sus huesos durante ese trance. Vuelan con la cabeza lejos, a otra parte. Es un viaje largo y solitario. Y cuando vuelven, vuelven sin voz. No solo la dignidad y la piel les han sido robadas sino hasta lo más sutil: las palabras.
Contamos esta historia con la intención de prestarles las propias, para que puedan sentirse menos solas. Intentamos buscarles testigos de ese viaje… Narrar lo que ellas/os viven o han vivido, con el deseo de que haya alguien ahí, para escucharlo.
Maria Laura Gargarella